Cada jugador empieza a jugar su partido antes de que el referee haga sonar su silbato. Ese partido empieza a desarrollarse en su mente, y el valor de su aporte al equipo dependerá mucho de la capacidad de lograr una concentración, visualización y motivación adecuadas.
Igualmente, la composición o análisis personal que hace el jugador antes de cada partido, lo ayudará a superar la batalla contra su rival directo en la cancha (el ala contra el apertura rival, el pilar derecho contra el pilar izquierdo rival, etc etc).
Quizá de todo el análisis preparado sólo se termine aprovechando el 10%. Aún así, vale la pena. Todo ese trabajo reportará beneficios, aunque sea en forma indirecta.
Cierta tensión nerviosa interna es necesaria para cualquier batalla mental. Si no disponemos de suficiente tensión, nos desconcentraremos; si tenemos en exceso, podemos descontrolarnos. Estar algo inquieto cuando se soporta mucha tensión es normal; por el contrario, hay que preocuparse si sentimos indiferencia ante nuevos desafíos. Si todo nos parece fácil es porque no nos esforzamos lo suficiente o no nos motiva lo suficiente el desafío. Los músculos de la psique se atrofian por falta de uso, al igual que los físicos. Si llevamos un tiempo sin experimentar cierta excitación nerviosa, quizá sea porque estamos evitando un nuevo desafío.
Nuestro grado de confianza se refleja no sólo en lo que decimos, sino en cómo lo decimos. Si queremos que nos tomen en serio, tomémonos en serio a nosotros mismos. Si no jugamos al máximo, dejando en claro que nos tomamos muy en serio el juego, de alguna manera le faltamos el respeto a nuestro oponente. Hay que ser intimidante hacia el oponente en actitud; mostrarle al adversario que haremos todo lo que esté en nuestras manos para vencerlo. Eso es respetarlo. Y nuestro lenguaje corporal debe informarle a nuestro adversario, ya desde el primer segundo de juego, que tendrá grandes problemas con nosotros a lo largo de todo el partido. Y esa actitud segura, de confianza en nuestras posibilidades y de superación y persistencia ante cualquier contratiempo, debe mantenerse durante todo el partido, en los momentos favorables y en los adversos.
Cuando un problema complicado empieza a dominar nuestros pensamientos e impide que nos concentremos en otras cosas, tratemos de resolverlo rápidamente aunque su solución no nos sea del todo favorable. Así trataremos de evitar que el árbol nos tape el bosque. Es como vender acciones en baja antes de que pierdan más valor.
Apuntemos a esforzarnos siempre al máximo, sabiendo que no hacerlo es el verdadero fracaso. Cuando decimos que estamos dispuestos a dar “el 110%”, queremos decir que ese 10% adicional procede de la conciencia que tenemos de que estamos preparados y somos capaces de hacer todo lo que esté en nuestras manos. Centrarnos en nuestra preparación y en nuestro talento es un tipo de orgullo sano y motivador.
La pérdida de energía mental se refleja en la física y viceversa. La depresión y la falta de concentración también llevan al agotamiento. Por el contrario, sentir que controlamos nuestro destino repercute en bienestar físico y mental. Hagámonos cargo, nunca evitemos nuestras responsabilidades, jamás nos manejemos dentro de la ley del mínimo esfuerzo.
¿Por qué algunos rivales son tan “buenos clientes” y los tenemos de hijos? Porque luego de varias derrotas, comienzan a dudar de ellos mismos y crean su propio destino negativo; y esa autoprofecía se les cumple, inexorablemente. Es el “partido interior” el que inevitablemente pierden. Las “paternidades”, las rachas, no son más que la evidencia de un grupo de jugadores que no están logrando resolver favorablemente su “partido interior” de cada semana.
Es por eso que descubrir los errores propios, cuestionar nuestra postura en nuestro “partido interior”, además de propiciar la posterior corrección de los mismos, ayuda a recuperarse psicológicamente. Por el contrario, intentar olvidar los fracasos sin haberlos analizado es una receta para repetir errores.
Igualmente, el momento en que creemos que merecemos algo es exactamente el momento en el que estamos a punto de perderlo frente a alguien que lo pelea con más tesón. El orgullo de nuestros logros no debe distraernos; sólo debe servir para redoblar nuestro esfuerzo, el único motor que depende exclusivamente de nosotros en el largo camino de la superación personal.
Miguel A. Hernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario