A menudo ocurre que no nos damos cuenta de lo que sabíamos sobre determinado tema hasta que no leemos o escuchamos de un tercero reflexiones que, si bien dábamos por ciertas, teníamos “archivadas” en algún sector de ese altillo que alberga nuestros conocimientos. Seguramente eso ocurrirá al leer algunas de estas líneas, que simplemente buscan reflexionar de manera sencilla sobre uno de los principios básicos del rugby: el ataque. No se trata de disquisiciones técnicas sino de razonamientos sencillos (muchos de ellos obvios) que quizá nos ayuden a ordenar mejor nuestros “archivos”. Veamos algunos de ellos:
Vale comenzar diciendo que cuando un equipo (digamos, nuestro equipo) es el que crea la acción en lugar de reaccionar a ella, suele ser el que controla el rumbo del juego. Nuestro oponente ha de reaccionar, lo que significa que sus movimientos son más limitados y, por lo tanto, más predecibles. Mientras sigamos amenazando y presionando conservaremos la iniciativa. Esa es la razón por la que vale la pena intentar atacar.
Ahora bien: está claro que una vez que tenemos la iniciativa debemos explotarla y alimentarla constantemente. Quien tiene esa “ventaja” en cierto modo está obligado a atacar o perderá esa ventaja.
Un ataque no tiene por qué ser a todo o nada. La presión constante suele ser muy eficaz, hasta el punto de crear debilidades a largo plazo en la posición de nuestro rival que nos den la victoria final. Una de las cualidades de un buen ataque es no precipitarse o tratar de alcanzar lo inalcanzable; en otras palabras, tener paciencia. De hecho, quizá la paciencia y la continuidad es lo que diferencia a los grandes equipos de los simplemente buenos.
Siguiendo la misma línea de pensamiento de la presión continua, cabe decir que la amenaza puede ser incluso más poderosa que la ejecución. Un ataque no tiene por qué materializarse para producir un efecto devastador sobre la posición del oponente. Anticipar algo que puede suceder puede ser a veces más efectivo que el acontecimiento en sí. El impacto es el impacto. Gritar “¡fuego!” en un recinto provoca la misma reacción, haya o no fuego en realidad.
Tener la iniciativa significa mantenernos en la búsqueda de los puntos débiles de nuestro rival. Quien se defiende tendrá que correr a cubrir los huecos, pero ello acabará resultándole imposible si está sometido a una presión continua. Moverse para cubrir una brecha creará una nueva, hasta que alguna cederá para dejar pasar al atacante. Y si la defensa incrementa la presión en un punto, se crea inevitablemente un espacio libre en algún lugar que los defensores no pueden cubrir. Es el “principio de las dos debilidades”; es poco probable doblegar a un rival exigente con un solo punto de ataque. En lugar de centrarnos en un solo punto de ataque, debemos aprovechar la presión para generar más puntos débiles, que seguramente serán los decisivos a nuestro favor.
Atacar requiere controlar tanto el tiempo como los nervios. Saber cuándo es el momento de atacar es tanto un arte como una ciencia. La ventana de la oportunidad habitualmente es muy pequeña y no se anuncia con letras de neón, y tanto subestimar como sobreestimar al rival puede ocasionar la pérdida de oportunidades.
En una posición equilibrada, el que esté a la defensiva es más posible que cometa un error. Forzar la acción nos da mayores alternativas y mayor capacidad para controlar nuestro destino, lo que a la vez nos dará mayor seguridad. Es por eso que tener una postura agresiva tiene beneficios prácticos concretos. Queremos que el primer golpe sea el último, y más vale que seamos nosotros quienes lo demos.
En el ataque, el tiempo es fundamental. Todos sabemos eso. Y el tiempo que se tarda en iniciar una jugada de ataque es tiempo que se le regala a la defensa rival. Hablamos de segundos y hasta de fracciones de segundo. Un pase lento o retrasado hacia el lado abierto puede condenar un ataque al fracaso y puede obligar a cambiar la decisión acerca del tipo de ataque originalmente planeado. Una pelota que tarda en salir de una formación casi obliga a cambiar el ritmo de la siguiente fase del ataque. Todas estas circunstancias marcan la importancia del primer pase, de la primera instancia de un ataque (el “lanzamiento” del mismo), ya que mientras antes en la secuencia de ataque se cometa un error, antes se frustrará el mismo. Aprovechar una oportunidad desde una posición ventajosa no es en realidad un riesgo; en cambio, quedarse quieto es garantía de fracaso. No se puede crear espacio estando quieto.
En definitiva, y simplificando, se trata de hacer llegar la pelota a esos dos, tres o más jugadores más hábiles, potentes o veloces (desequilibrantes) que todo equipo tiene. Y se trata de hacerles llegar la pelota en la posición y la forma más ventajosa posible. Si un equipo tiene muchos jugadores desequilibrantes o muchas formas diferentes de hacer llegar la pelota a esos jugadores, se dice que tiene variantes ofensivas. Y un equipo tiene variantes cuando sus tomadores de decisiones más importantes, sus creadores de juego, tienen variantes. Si los tomadores de decisiones hacen siempre lo mismo el equipo no tiene sorpresa, no puede penetrar la defensa rival, que le toma el tiempo rápidamente.
Así que también se trata de no perder la capacidad de sorprender; que los defensores rivales no se sientan seguros en ningún lugar de la cancha y en ningún momento del partido.
Simplificando también y según sea la estrategia diseñada, se trata de jugar las fases que sean necesarias para llegar a poner dos jugadores de nuestro equipo frente a uno solo del equipo que defiende en un lugar donde haya espacio. El espacio siempre favorece al que ataca, nunca al que defiende.
Suele ocurrir que logramos conseguir una situación de ligera ventaja. Eso es mejor que estar igualados, pero a veces puede ser difícil convertir eso en una ventaja decisiva. En parte, eso puede deberse a una tendencia llamada “enamorarnos de nuestra posición”; estamos tan contentos con nuestra ventaja que no queremos arriesgarnos a perderla. Eso puede hacernos perder la iniciativa. Ese comportamiento extremadamente prudente es una forma de autocomplacencia, un efecto muy común en las victorias modestas. Cuando estamos en problemas graves, el instinto nos dice que tenemos que arriesgar, pero cuando las cosas nos están yendo bien, muchas veces dudamos antes de ceder lo más mínimo. Sin embargo, muchas veces para evolucionar en el juego es necesario incrementar la ventaja.
Siendo exigentes, podríamos decir que un ataque ideal es aquel que reúne estos principios: penetrar la defensa, aprovechar toda la cancha (empieza en la defensa), encontrar el espacio o crearlo si es necesario, asegurar el movimiento del jugador y de la pelota con una finalidad (del mismo modo, hay que aprender a alejarse de la pelota y moverse hacia los espacios libres), mantener un buen balance defensivo, dar opciones al jugador que tiene la pelota, y tener siempre un “plan B”.
Por otra parte, el ataque es más una actitud mental que un aspecto o una parte del juego. Y es una actitud mental orientada hacia una manera determinada de jugar, de transitar la cancha y de trasladar la pelota.
¿Qué significa tener “actitud mental para atacar”?
Tener actitud mental para atacar es …
… Evaluar los riesgos y beneficios de cada pelota para atacar poniéndole un “plus” a la parte de la balanza que dice “beneficio”, para inclinarla hacia ese lado.
… Ver espacio y tiempo para atacar donde otros no lo ven.
… Pensar más en aumentar un marcador favorable que en mantenerlo.
… Buscar siempre poner al equipo en situación de superioridad numérica frente a los rivales.
… Pensar una o dos fases “adelante” de la jugada que se está desarrollando.
En la evolución del juego, primero han mejorado los recursos y sistemas defensivos, y a continuación de eso se han buscado y encontrado las variantes ofensivas para superar a las cada vez más perfectas defensas. Y sin actitud mental para atacar es imposible hacerlo.
Finalmente es bueno señalar que, muchas veces, en la fortaleza de un equipo está paradójicamente su punto débil. Por lo tanto, algo que siempre hay que tener en cuenta es que un equipo siempre es más vulnerable cuando ataca. Es por eso que los contraataques bien ejecutados son siempre exitosos.
Pero esto (el contraataque) es otro tema, y ya hablaremos de él.
Miguel A. Hernández
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