La importancia de la cohesión entre los integrantes de un equipo es algo que está fuera de discusión. Sin embargo, es bueno siempre recordar algunas de sus pautas.
Por ejemplo: ¿hay diferencia entre “unión” y “cohesión”?
Más allá de la semántica, sí la hay. Estar “unido” es estar “pegado”, “adherido”; tener cohesión, en cambio, es ser difícil de separar o desmembrar.
Y esto nos lleva al concepto básico de las dos formas en la que los miembros de un equipo se mantienen juntos y “yendo hacia el mismo lugar”: en una de ellas, existe una afinidad personal natural entre los miembros del equipo, que los lleva a tener una interrelación genuinamente sincera y llevadera. Eso es la cohesión. En la otra, personas a quienes los separan muchas cosas y aún diferencias personales, se sienten unidas tras una tarea o tras un objetivo a cumplir. Eso es la unión. Todos conocemos seguramente innumerables ejemplos de grupos en los que predomina una u otra condición.
En el primer caso, el factor de unión entre los miembros del equipo es interno, interpersonal y humano. En el segundo caso, el factor de unión es externo.
Ambas situaciones generan, sin embargo, un ámbito positivo en el que genuinamente se postergan los egos personales ante el bien del grupo, que es, por supuesto, lo más importante.
Es claro también que un equipo puede tener entonces más unión que cohesión o más cohesión que unión. Si tiene en alto grado ambas características se ha logrado el ideal, mientras que si carece de ambas no debería ni siquiera considerarse como equipo.
Hechas estas disquisiciones, lo que queda es profundizar en el fascinante mundo de los grupos humanos (un equipo lo es), y algunos pantallazos al respecto nos refrescarán conceptos conocidos por todos:
La manera más efectiva para forjar un equipo es apelando a la necesidad de los jugadores de conectar con algo más grande que ellos mismos. Esto requiere que los individuos vinculados (jugadores, entrenadores, asistentes) renuncien a sus intereses personales por un bien mayor y así el conjunto resulte más que la suma de las partes.
En este sentido, el altruismo es el alma del trabajo en equipo. La mayoría de los equipos tienen jugadores que quieren ganar o ser exitosos, pero muchas veces no están dispuestos a hacer lo necesario. Y resulta que lo necesario es brindarse y darse uno mismo al equipo, desempeñando la tarea que le toque sin chistar. Puede que esto no siempre nos haga felices, pero hay que hacerlo. Porque sólo cuando lo hacemos, crecemos. Y, lo más importante, es el equipo el que crece.
No son las grandes actuaciones individuales las que construyen grandes equipos, sino la energía que se libera cuando los jugadores dejan a un lado su ego y trabajan juntos hacia un objetivo común; cuando confían los unos en los otros lo suficiente para renunciar al “yo” por el “nosotros”. En definitiva, un dedo solo no puede levantar una piedra; los miembros de un equipo son como los dedos de una mano: individualmente son necesarios, pero es imprescindible que estén juntos y coordinados. Así, la gratificación de la tarea cumplida es mayor que la de cualquier ego personal.
Nuestra sociedad privilegia tanto la realización personal que es fácil para los jugadores quedarse cegados por su propia importancia y perder el sentido de la interconexión, la esencia del trabajo en equipo. Sin embargo, la clase de un buen jugador no está en el hecho de cuántos puntos marca o cuánto se destaca sobre el resto, sino cómo consigue mejorar la actuación de sus compañeros. También sobran ejemplos al respecto.
Una de las tareas tanto del entrenador como del capitán es despertar el espíritu para que los jugadores puedan combinarse sin esfuerzo (por eso una de las características del entrenador es la de ser un “constructor de relaciones”). De hecho, eso no es más que el desafío al que todo líder se enfrenta: dejar las necesidades individuales en segundo término en relación con las del grupo. Es decir, cómo enseñar el “desinterés” (entendido no como falta de interés sino como despojo de las apetencias personales) y el altruismo.
Pensar más en ser útil que en ser importante es el primer paso, y la mayoría de las veces es en realidad el único necesario para que nuestro aporte sume y fortalezca al equipo.
Un equipo es un grupo humano con códigos propios, una sociedad privada con sus propios ritos y costumbres, una búsqueda en común. Los principios establecidos en el grupo son el código de honor según el cual han de convivir todos los miembros del equipo. Tener principios claramente definidos por el grupo reduce los conflictos, despersonaliza las críticas y hace que cada miembro del equipo sepa claramente qué es “estar dentro” y qué es “estar fuera” de lo aceptado por el grupo de común acuerdo.
La importancia de hacer sacrificios personales por el bien del grupo está sobre todo, y una vez que los jugadores han llegado a comprender y valorar este sistema de convivencia emerge una poderosa inteligencia de grupo que es más grande que las ideas de cualquier miembro del equipo.
En definitiva… “la importancia de la manada está en el lobo, y la importancia del lobo está en la manada”.
Miguel A. Hernández
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