Por que El rugby élite

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lunes, 28 de noviembre de 2011

La autocomplacencia

La autocomplacencia es el último obstáculo que un equipo debe superar antes de alcanzar su potencial grandeza. La autocomplacencia es la “enfermedad del éxito”: se produce cuando uno se siente conforme con lo que ha alcanzado.
Lo ideal sería evitar que esto ocurriera; es decir, no sentirse conforme nunca. Si la complacencia se instala, el equipo nunca llegará a su máximo potencial. Hay que evitar la tentación de poner el piloto automático sólo porque con eso “alcanza”.
Nunca hay que creer que uno pertenece “a la elite”. Porque si uno se lo cree, desde ese desdichado momento cada vez le cuesta más y más hacer sacrificios, y mientras un equipo satisfecho festeja su triunfo, alguien estará haciendo planes para bajarlo de su pedestal.
Al principio, la autocomplacencia es difícil de detectar. Cuando los síntomas empiezan a ser evidentes, a veces ocurre que la mayoría decide inconscientemente “mirar para otro lado”.
Algunos signos de autocomplacencia son evidentes: tomarse “licencias” que se consideran merecidas, “ahorrarse” los esfuerzos sólo para las “grandes ocasiones” y no para el entrenamiento diario, sabotear o descartar ideas nuevas o diferentes, aferrarse a victorias conseguidas para justificar la resistencia a cambiar, a seguir aprendiendo o a esforzarse más, son algunos de los indisimulables indicios del estancamiento.
La complacencia hace su aparición básicamente porque algunos “momentos” del equipo, así como algunos logros conseguidos, son tan preciados que uno no quiere que terminen. Eso hace que el equipo se “enamore” de lo obtenido, lo que genera el lógico temor a perderlo. Y como los cambios y la evolución suelen amenazar con nuevos desafíos y con eventuales adversidades, lo bueno que se haya logrado es un buen refugio como para salir de él y enfrentar cosas nuevas.
Pero claro, en el momento en que uno deja de esforzarte por mejorar, empieza a empeorar.
Cuando hay autocomplacencia, un equipo cree que gana los partidos antes de jugarlos. Por la “chapa”. Esto ocurre con equipos que siguen viviendo en sus triunfos pasados, aunque sean recientes. Parece como que todo está bien en la superficie, pero el equipo está estancado en sus laureles.
El típico “jugador de partidos”, figura archiconocida, es un fraude. Es egoísta y complaciente consigo mismo. Es un jugador de ficción que usa esa excusa para no entrenar todo lo fuerte que debería. No es más que un “jugador de superficie”. Quien se esfuerza sólo en los partidos no le hace ningún bien al equipo. Y se vuelven víctimas de su propio talento.
Para un jugador con orgullo, el término que mejor le sienta es ser llamado simplemente “jugador”, sin otro calificativo agregado, con todo lo que eso significa en un deporte como el rugby, es decir que pone de sí la máxima intensidad en todos los aspectos del juego y en todo momento.
Un equipo debe aprender que la excelencia no es un “destino” o un logro, sino que es un proceso que debe continuamente realimentarse y mejorar. Es decir, no es la “llegada”, es el “viaje”. Es dejar de decir “lo sabemos” y empezar a decir “preguntemos”.
El desafío de la competición siempre incluye encontrar nuevas maneras de llegar a la victoria, de prevalecer sobre el rival; y todo equipo que llega al éxito debería hacerse la siguiente pregunta: qué hacemos ahora que lo hemos logrado?
La autocomplacencia, una enfermedad frecuente para un equipo, puede llegar a crecer sobre todo si se logran triunfos. Los equipos tienen sin embargo la forma de “vacunarse” contra esa enfermedad, con humildad, espíritu de superación constante y recordando siempre que los rivales son cada vez más competitivos, trabajan cada vez más, y planifican cada vez más y mejor para superarlos.

Miguel A. Hernández.

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