Uno de los debates de más actualidad entre los mejores expertos gira
alrededor del desarrollo del juego y la preparación del jugador. Sin entrar en
argumentos referentes a estilos de juego, el análisis del juego de alto nivel
parece evidenciar que los entrenadores se dirimen, o bien por el tipo de juego
que implica la “lectura” constante de sus jugadores, o bien por el juego
preestablecido que requiere de jugadores que desarrollen los “programas”
previstos. Estas dos nociones, a menudo, se perciben como incompatibles, por
no decir contradictorias.
Este antagonismo, dicen los entrenadores, incide directamente en la formación
de jugadores jóvenes y, posteriormente, afecta rendimiento del jugador
llegado al alto nivel.
Para poder desarrollar una explicación consecuente, preferimos centrarnos en
estos dos conceptos:
“Lectura de juego” implica que las conductas de los jugadores se
relacionan con indicadores y referencias que perciben de las acciones
simultáneas de compañeros y adversarios.
“Juego programado” implica que las conductas de los jugadores
(normalmente en situaciones predeterminadas) son consecuencia de un
sistema particular de ataque o defensa establecido por el entrenador.
Sin pretender hacer juicios de valor relativos a la validación de estos dos
conceptos, es necesario aceptar que la eficiencia conseguida en una fase
determinada del juego es mérito de las iniciativas y de las decisiones
individuales y colectivas que toman los jugadores.
En cada fase del juego existe una coordinación imprescindible entre las
conductas de varios jugadores, que pueden ser el resultado de:
1.- Una serie de instrucciones para cada jugador o grupos de jugadores que
realizan un patrón de movimiento y posicionamiento designado para asegurar
la continuidad en una fase del juego. Este tipo de programación puede
extenderse a siguientes fases del juego, bastará con ser pacientes y evitar
precipitarse.
Generalmente este tipo de conservación de balón mantenido durante largos
minutos disminuye la eficacia prevista.
A menudo nos encontramos con equipos capaces de crear situaciones de
desequilibrio favorables en un primer tiempo de juego, pero se olvidan de
cómo explotarlos. Parece difícil de validar un tipo de juego colectivo que anula
cualquier opción creativa, de iniciativa, y que limita la libertad del jugador,
especialmente cuando la incapacidad de atacar se relaciona con la mala
posición de uno u otro jugador.
Los jugadores en situaciones de “juego programado” se encuentran tan
pendientes de ejecutar lo preestablecido que olvidan de leer lo más obvio, en
especial lo referente a las reacciones de los adversarios, quienes deberían
guiar las conductas del jugador. Pero la gran debilidad se manifiesta cuando
los atacantes no son capaces de hacer lo que les permite la oposición y, por lo
tanto, de desarrollar un juego colectivo.
Australia, y en un grado menor, Inglaterra son
víctimas de este tipo de juego. Francia
durante un tiempo coqueteó con este sistema,
pero finalmente lo abandonó para volver a un
juego más de adaptación.
Un juego programado es un sistema de juego
cerrado. Los jugadores se distribuyen bajo
estrictos códigos exentos de decisión táctica.
La producción colectiva se articula sobre
múltiples combinaciones y patrones de juego;
lo que comporta sacrificar las habilidades y
potencialidades individuales del jugador.
2.- Un determinado programa que une diferentes fases del juego y que
establece qué conseguir, cómo hacerlo y de qué forma encadenar el juego en
acciones sucesivas, en especial cuando el estilo de juego ha provocado, sobre
la defensa, el efecto deseado (normalmente esto sucede cuando todos los
jugadores conocen la forma de lanzamiento convenida).
… O bien cuando el ataque obtiene el mejor efecto posible (que los defensores
actúen de acuerdo a la voluntad de los atacantes), entonces el desequilibrio
creado permite seguir el encadenamiento del juego.
… O cuando los defensores no siguen lo pretendido (actuación defensiva
imprevista), se abandona el programa en provecho de activar decisiones
tácticas basadas en la relación de fuerzas momentánea, ataque – defensa.
Para la mayoría de los entrenadores esta segunda opción es la que prevalece.
Puede considerarse como algo positivo y apropiado, puesto que los jugadores
se benefician de cierta libertad de cambiar, si es necesario, lo que está
previsto. Pero esto sólo puede alcanzarse cuando todos los jugadores actúan
en función de un “referencial común”. Por lo que la función de los jugadores se
ajusta dentro de un sistema “tácticamente abierto” que siempre permite un
amplio abanico de soluciones.
Aunque a pesar de la evidente menor
organización, la mayor flexibilidad táctica es
más frecuente en los jugadores que disponen
de un sentido táctico especial (reconocidos
como los genios del juego), que siempre se
adaptan mejor y más rápido de lo que marca
el ritmo de juego. El resto de jugadores son
menos receptivos a las referencias que
ofrecen los cambios, y por ello tienden a
mantenerse dentro del programa establecido;
aunque una vez se encuentran en situaciones
imprevistas, su capacidad de reacción
normalmente cuando se manifiesta “ya es
tarde”.
3.- De la calidad del pensamiento táctico individual de cada jugador (no del
referencial común). Dejar a cada uno su manera de actuar dentro de un marco
táctico amplio para que genere numerosas posibilidades en cada secuencia de
juego. Esto significa tener jugadores tácticamente preparados en cada puesto,
y que intervienen rápidamente en pleno desorden y garantizan la coherencia
interna necesaria para desarrollar el juego colectivo.
En una situación ideal, uno puede imaginar que la formación del jugador
permitiera crear este tipo de juego que garantizara la existencia de las
iniciativas individuales de unos y de otros. Ciertas situaciones del juego
implican a pocos jugadores que posean las competencias tácticas y técnicas
significativas, lo que demuestra que no es un planteamiento del todo utópico.
Pero la presión del resultado incita a los entrenadores a preferir un juego con
poco margen de riesgo. Los jugadores con menores habilidades tácticas
prefieren entrar en un esquema de repertorio de juego mucho más cerrado.
De esta forma podemos encontrar dos categorías de jugadores:
- El “programado”
- El “táctico”
En este punto, parece evidente que la formación del jugador adquiere una
relevancia significativa. La cuestión reside en saber si los jugadores definidos
como “bien formados” deben ser capaces de responder a un juego basado en
la organización preestablecida, responsabilizarse de la coordinación colectiva y,
al mismo tiempo, tener licencia para desarrollar sus iniciativas individuales de
acuerdo a cómo el juego se va desarrollando.
Nuestra respuesta es sí, pero aún falta abordar la libertad de decisión que al
jugador le corresponde en la constante y permanente interacción entre
atacantes y defensores, lo que implicará que el jugador pueda relacionarse con
compañeros que tengan los mismos puntos de referencia que guíen sus
decisiones.
Cuando esto sucede, significa que el jugador es capaz de entender por qué
está haciendo lo que hace, y que sabrá como modificar lo programado en
función de los cambios. Llegados a este punto, el programa se convierte en un
medio, no en un fin.
Siendo capaces de leer el juego como una parte de un juego programado solo
es relevante cuando en su formación inicial, el jugador ha tenido la
oportunidad de experimentar todos los aspectos del juego y divertirse
plenamente en libertad, de tomar decisiones y actuar en consecuencia. Invertir
en un contexto más lúdico repercute positivamente en todas las dimensiones
del jugador (perceptiva, física, emocional, etc.) y que posteriormente le
permitirán progresar hacia el alto nivel con las herramientas tácticas
indispensables para mejorar.
Si consideramos que la formación del
jugador puede establecerse alrededor de los
6, 7 incluso 8 años, hasta los 15-16 años,
tenemos las condiciones iniciales para que un
jugador “bien formado” tenga consolidadas
las capacidades básicas para poder adquirir
nuevas competencias de un nivel superior.
No se debe especializar al jugador demasiado
pronto. Es preferible construir unos cimientos
sólidos mediante un marco de polivalencia y
actividades de adaptación constantes, lo que
le permitirá actuar más rápido, mejor e
involucrarse permanentemente en el juego.
Esto significa que el entrenador debe armar al jugador para que exprese todo
su potencial de manera óptima mediante la motivación apropiada.
Si se tiende a acortar el periodo de formación del jugador, lo lanzaremos
inevitablemente en medio de un juego que lo arrollará y le impondrá unas
exigencias difícilmente alcanzables. Su eficacia dependerá por su capacidad del
dominio de la situación de juego, es decir, de su habilidad en adaptarse a las
necesidades del momento.
El reto del jugador es aprender como mejorar sus habilidades:
- Anticiparse a las sucesivas fases del juego.
- Realizar los ajustes correctos entre la lectura apropiada de las
situaciones, y la ejecución idónea con las habilidades técnicas necesarias.
- Equilibrar la necesidad de producir eficacia, coherencia del juego
colectivo y la libertad individual que cada jugador debe disponer.
Para el entrenador, el desafío está en equilibrar sus propias necesidades con
la actividad del jugador:
- Saber como crear el nivel de práctica adecuado para ayudar al jugador a
involucrarse en situaciones de aprendizaje que lo introduzcan en sus
necesidades inmediatas y futuras.
- Saber como crear situaciones de aprendizaje en las sesiones prácticas
que ayuden a los jugadores a adquirir las habilidades técnicas
necesarias, habilidades tácticas y ser consciente de las posibles
elecciones de acción.
Para la organización de situaciones prácticas (número de jugadores, cómo
lanzar la práctica y posición de los jugadores, necesidades de material):
- Definir los objetivos de la práctica.
- Dar instrucciones claras a los jugadores.
- Determinar éxitos alcanzables.
La tarea del entrenador (cuando, por qué y cómo intervenir) cambiará de
acuerdo con lo bien que los jugadores desarrollen la situación presentada por
el entrenador. Esta misma referencia nos permitirá determinar un mayor o
menor nivel de exigencia.
Hoy más que nunca, las mismas tres cuestiones permanecen sobre la mesa:
- ¿Qué tipo de juego queremos?
- ¿Qué tipo de jugadores queremos para ese tipo de juego?
- ¿Que formación de jugadores y entrenadores necesitamos?
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