La paz de la mente crea los valores apropiados, y éstos producen los pensamientos apropiados. Dichos pensamientos generan las acciones apropiadas, las cuales producirán el trabajo esperado.
Muy linda frase. Y cierta, además. Pero… no exacta en aquellos casos en los que uno mismo no es quien maneja todas las variables. Y en el rugby, como en todo deporte de confrontación, hay un rival. Y decisiones propias y de los rivales. Y circunstancias derivadas de ambos. Y resultados derivados de la conjunción de ambas decisiones. Y así podríamos seguir agregando consecuencias.
Entonces ocurre que las decisiones, acciones y hechos que ocurren pueden no obtener la consecuencia o el resultado esperado, y no me refiero exclusivamente al marcador de un partido.
Por lo tanto, llega (o debería llegar, lo que no siempre ocurre) el momento del análisis, de la evaluación de las causas que hicieron que nuestros planes tomaran otro cauce. Errores propios, virtudes rivales, circunstancias inesperadas o atenuantes, o lo que sea que altere el curso previsto de las cosas debería generar preguntas que nos hagan usar nuestro razonamiento.
Más todavía: aún en la victoria, aún obteniendo lo que buscamos o lo que planeamos, el análisis crítico es imprescindible. Mientras festejamos en el tercer tiempo (lo cual es genuino y lógico) algún futuro rival está pensando cómo superarnos la próxima vez, porque ha encontrado un resquicio en nuestro rendimiento que ha decidido explorar. Así es y así será siempre.
Ante esto, estar atento siempre es más importante que ser “vivo”. Estar atento es ser como una esponja y absorber lo que vivimos intensamente. Ser “vivo” es aprovechar una ocasión favorable. Por supuesto que lo ideal es poseer ambas condiciones, pero si tengo que elegir, prefiero estar atento. Y momento a momento.
Porque estar atento no sólo nos hace comprender más rápidamente lo que ocurre en el momento sino que nos ayuda a entender más fácilmente los “por qué” de lo que acaba de ocurrir.
El asunto consiste simplemente en enfrentar nuestra complacencia natural con una simple pregunta: “¿por qué?”.
Es cierto que debemos confiar en nuestro análisis y en el valor de nuestras convicciones, pero también debemos evaluar y controlar constantemente las condiciones que permitirán que nuestros planes se cumplan.
Mantendremos el rumbo cuestionando con rigor los resultados, tanto los buenos como los malos, y las decisiones en curso. Luego del partido, analicemos: ¿las decisiones han sido correctas? ¿Mi estrategia ha funcionado? ¿He ganado debido a la suerte, a las circunstancias o al talento? Si este sistema de evaluación falla o no es lo suficientemente rápido o severo, puede ocurrir que no nos vaya tan bien la próxima vez.
Cada triunfo reduce la capacidad de cambio. ¡Cuidado! Cuestionarse a uno mismo debe convertirse en un hábito lo suficientemente arraigado como para superar los obstáculos del exceso de confianza y el desánimo. Es como un músculo que se desarrolla sólo con la práctica constante., sin importar que los resultados sean buenos o malos.
No importa si los resultados son buenos o malos; debemos analizar las causas de los mismos con todo rigor. Vencer puede crear la ilusión de que todo es perfecto. Después de una victoria usualmente lo que queremos es celebrarla, no analizarla. La autocomplacencia nos hace pensar que está todo bien, que todo sigue bien. Debemos cuestionar el status quo siempre, especialmente cuando las cosas van bien.
Descubrir los errores implícitos en nuestros éxitos es muy difícil. Nuestro ego desea creer que hemos vencido de forma brillante frente a un duro oponente; no que hemos tenido suerte, ni que nuestro rival ha dejado pasar varias oportunidades, ni que las cosas podrían haber resultado de otro modo. Sin embargo, saber por qué ganamos es tan crucial como saber por qué perdemos. Es cuestión de plantearse simplemente la pregunta clave: ¿por qué? y ser brutalmente objetivos con nuestros triunfos, porque en caso contrario nos deslizaríamos peligrosamente hacia el estancamiento.
El orgullo de nuestros logros no debería distraernos de los objetivos reales y finales; el momento en que creemos que merecemos algo es exactamente el momento en el que estamos a punto de perderlo frente a alguien que lo pelea con más tesón.
Analizar el resultado es un error muy común. Es asumir que, si fulano ganó, es porque jugó mejor; en oposición, si mengano perdió, es porque su plan fue erróneo. Este razonamiento es tan falaz como difícil de evitar. Para cuestionar el éxito se requiere fortaleza interior para afrontar los errores y aceptar la necesidad de cambios. Para poner en cambio dichos cambios, se necesita una fortaleza aún mayor. “El éxito no es definitivo, ni el error es fatal: lo que cuenta es el coraje para seguir adelante”. Esto lo dijo Winston Churchill, y es un concepto de gran lucidez. Por otra parte, descubrir los errores propios, además de propiciar la posterior corrección de los mismos, ayuda a recuperarse psicológicamente.
El triunfo raramente se analiza tan detenidamente como la derrota, y siempre atribuimos rápidamente las victorias a nuestra superioridad en lugar de a circunstancias. Cuando las cosas van bien es más importante y valioso cuestionarlas.
Jamás nos manejemos dentro de la ley del mínimo esfuerzo. No analizar las causas de las victorias es una receta para cometer errores, y olvidar las derrotas sin haberlas analizado es una receta para repetirlos.
Fuente:San Isidro Club(SIC)
Autor: Miguel A Hernadez
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