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lunes, 6 de febrero de 2012

La cuestión del éxito y el fracaso

oda nuestra estructura social está construida alrededor del premio para los ganadores, a expensas de abandonar peligrosamente el valor del esfuerzo común. Escuchamos siempre expresiones como “no hay espacio para el segundo lugar”, “de nada sirve ser segundo” y otros dislates. ¿Cómo puede alguien mantener su autoestima cuando esta actitud domina nuestro andamiaje cultural?

La cuestión del éxito y la búsqueda del mismo ha pasado a ocupar un espacio en la primera plana de los diarios, de la vida cotidiana y de las ambiciones personales. Como si sólo se tratara de eso y nada más importara.
Así, “éxito” ha pasado a ser una palabra y hasta un concepto degradado en relación a su esencia verdadera. Con la confusión imperante, un resultado positivo en un partido o en un torneo pasan a ser las únicas metas de jugadores, entrenadores, público, dirigentes y periodistas, estos últimos erigidos muchas veces en jueces inapelables de actuaciones deportivas, a pesar de demostrar en muchos casos un pasmoso desconocimiento sobre el juego que “analizan” en forma tan barata.
Arrinconados ante el bombardeo de conceptos que por simple repetición y abundancia parecen transformarse en verdades, muchos jugadores llegan a sentirse “fracasados” simplemente por haber perdido un par de partidos o haber terminado en la quinta posición en un torneo de veinte equipos. Incapaces de mirar el bosque, el cortoplacismo que todo lo destruye obliga a ganar hoy, mañana, pasado mañana y siempre.
Cuando se está formando un equipo, el desafío es ser paciente. No tiene sentido tratar de empujar el río o acelerar la vendimia. El granjero que está deseoso de ayudar a que sus cultivos crezcan y sale por la noche y tira de los tallos nuevos de una planta, inevitablemente acabará por pasar hambre.
Asimismo, obtener un buen resultado puede crear la ilusión de que todo es perfecto. Después de una victoria usualmente lo que queremos es celebrarla, no analizarla. La autocomplacencia nos hace pensar que está todo bien, que todo sigue bien. Debemos cuestionar el status quo siempre, especialmente cuando las cosas van bien. Lamentablemente, bien distinto es el mensaje cotidiano del exitismo barato que nos arrincona con tonterías como “el que gana tiene razón”.
Descubrir los errores implícitos en nuestros éxitos es muy difícil. Nuestro ego desea creer que hemos vencido de forma brillante frente a un duro oponente; no que hemos tenido suerte, ni que nuestro rival ha dejado pasar varias oportunidades, ni que las cosas podrían haber resultado de otro modo. Saber por qué ganamos es tan crucial como saber por qué perdemos. Cuestionar el éxito es plantearse la pregunta clave: “¿por qué?” Hay que ser brutalmente objetivos con nuestros triunfos, porque en caso contrario nos deslizaríamos peligrosamente hacia el estancamiento, la complacencia y la pérdida de humildad.
Sin embargo, en los tiempos que corren, analizar la actuación de un equipo o un jugador en base al resultado del partido es un error muy común. Escuchamos cada fin de semana cómo el comentario o la opinión sobre un partido cambia con la mayor impunidad en un minuto si un gol salvador o un try inesperado dan vuelta la tortilla y el equipo que perdía pasa a ser el triunfador.
La complacencia, junto con un resultado favorable, son los mayores enemigos del éxito futuro, del éxito verdadero, del duradero, del persistente. Porque un buen resultado puede crear pautas de comportamiento que pueden derivar en errores catastróficos.
Son la competencia y nuestros rivales quienes deben servir para mantenernos motivados, con la humildad de quien tiene todo por aprender y todo por mejorar. Neguémonos a mirar atrás a contemplar con satisfacción lo poco o mucho que podamos haber conseguido. Hemos de ser exigentes con nosotros mismos, crear nuestras propias normas y cumplirlas siempre, con el entusiasmo de un principiante.
Ganaremos y perderemos… pero ¿qué tiene que ver el éxito y el fracaso con eso? ¿No nos ha ocurrido mil veces que una derrota tras haber jugado bien nos hace sentir mejor que la victoria en un partido en el que el equipo no se ha sentido especialmente conectado? Antes o después, todo el mundo pierde, envejece, cambia. Y los pequeños triunfos (una gran jugada, un momento de verdadera deportividad) cuentan, aunque no ganemos el partido.
Es increíblemente erróneo pensar que la vida o el deporte se divide en “ganadores” y “perdedores”.
Sólo reconociendo la posibilidad de la derrota puedes experimentar plenamente la alegría de la competición. En cualquier orden y a cualquier nivel.
Winston Churchill decía: “El éxito no es definitivo, ni el error es fatal: lo que cuenta es el coraje para seguir adelante”. Más claro, agua.
Ganar puede ser importante, pero lo que de veras gratifica y aporta plenitud es experimentar que estamos completamente implicados en cualquier cosa que hagamos. En definitiva, esa paz interior que se siente cuando uno sabe que hizo bien aquello para lo cual se preparó con esfuerzo. Ese es “mi” resultado, y nadie puede quitárnoslo. Eso es… el éxito.


Fuente:San Isidro Club(Sic)
Autor: Miguel A Hernandez

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