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lunes, 6 de febrero de 2012

Innovación y Creatividad

Tanto la creatividad como la capacidad para innovar dependen de cuestiones bien concretas: el desarrollo de la imaginación, la pérdida del temor a lo desconocido, la capacidad para hacerse uno mismo las preguntas correctas, la interpretación adecuada de la realidad que nos rodea, la autocrítica, el afán de superación, la disposición para tomar riesgos, la intuición y una preparación exigente.
En estas líneas esbozaremos brevemente algunas ideas sobre estas cuestiones, entendiendo que la creatividad es un tema inagotable. El rugby, nuestro juego, exige permanentemente que seamos creativos.
El primer paso para ser un innovador y continuar siéndolo es ser conscientes de los cambios y avances que se suceden a nuestro alrededor. Es mucho más fácil hablar de “apartarse del dogmatismo” que hacerlo; la originalidad requiere esfuerzo y valor.
“La creatividad requiere el coraje de olvidarse de las certezas.” (Erich Fromm).
Solemos sentirnos cómodos y confiados con lo que ya conocemos. Ir un paso más allá de nuestros conocimientos para pensar y resolver los problemas de manera original requiere soltar un poco las amarras de esa “sabiduría”, lo suficiente para ver las cosas desde un nuevo ángulo, desde una perspectiva novedosa.
Como el talento que no se explota, si la imaginación no llega a expresarse es como si no existiera. Las ideas sólo tienen influencia si se lanzan al espacio, donde se mezclan con otras y encuentran una aplicación práctica.
Pero, claro, la innovación tiene poder y limitaciones. No todas las novedades tienen el mismo valor, y una innovación no tiene por qué ser buena intrínsecamente. Ser innovador no significa conseguir siempre un gran éxito. Viéndolo desde un punto de vista práctico, el resultado negativo de una idea innovadora también es un resultado. Encontrar mil fórmulas que no funcionan es un error, no necesariamente un fracaso.
Podríamos decir, simplificando y resumiendo mucho, que hay dos clases de innovaciones: la primera es la que está relacionada con la creación y la invención; tiene un impacto inmediato, soluciona un problema o responde una pregunta. La segunda se refiere a las ideas a largo plazo, las que generan transformaciones evolutivas. Incluso puede ocurrir que durante generaciones sus efectos no sean evidentes, lo que significa a la vez que las causas tampoco son detectadas.
Si analizamos a aquellos que han sido considerados innovadores, veremos en ellos un denominador común, como una “receta básica”: se trata de impregnarse primero de todos los aspectos del problema y luego identificar las preguntas que necesitan respuesta. Las mentes más creativas normalmente son las de quienes conocen mejor el problema que tienen entre manos.
Siempre nos gusta destacar los aspectos divertidos y triviales de la grandeza, pero los descubrimientos de Newton, por ejemplo, llegaron luego de mucho trabajo, esfuerzo y análisis, y no por un golpe de suerte de una manzana. La verdad es que la originalidad suele ser habitualmente consecuencia de una intensa preparación.

A menudo descartamos enseguida ideas o soluciones “extravagantes”, sobre todo en áreas con patrones establecidos hace mucho tiempo. Nosotros mismos nos imponemos ese rechazo a pensar con creatividad. Preguntarnos “¿Y si…?” a menudo lleva a decirnos a nosotros mismos “¿por qué no…?”, y llegados a este punto debemos armarnos de coraje y averiguarlo. Estas dos simples enunciaciones son la llave que abre la puerta del pensamiento creativo.
Por supuesto, desde el inicio, el camino no será fácil de recorrer. El miedo de la gente a lo desconocido es un arma poderosa en sí misma, y todo innovador lo ha padecido al intentar desarrollar ideas nuevas. Pero por muy arriesgada que sea la innovación, el riesgo de no innovar es aún mayor.
Quien tiene espíritu innovador considera que el único modo de evolucionar (algunos dirían “de sobrevivir”) es seguir escalando la pirámide. No tolera quedarse en la base, donde la competencia es demasiado feroz y las miserias abundan.
Además, cuando los críticos y los competidores no pueden igualar ideas o resultados de la creatividad, a menudo se dedican a denigrar los métodos usados para conseguirlos. Los intuitivos son llamados perezosos, a los que trabajan toda la noche les llaman obsesivos. A veces no debemos fiarnos tanto de las críticas cuando provienen de quien nos pisa los talones. Sin embargo, esto también tiene su lado positivo, ya que todos nos esforzamos en correr más si sabemos que alguien viene detrás. Y la manera de esforzarse más radica justamente en agudizar justamente esos tres grandes motores de la creatividad: la intuición, la preparación y la capacidad de análisis.

No podemos decir que tenemos intuición en un terreno del que poco sabemos o apenas tenemos vagas referencias. Incluso las corazonadas están basadas en algo tangible.
Más aún, algunas cosas que consideramos ventajas (el tiempo, la información) a veces pueden entrar en conflicto con la intuición: a menudo buscamos reunir toda la información y luego hacemos lo que esa información nos sugiere. Eso nos reduce al papel de un microprocesador, y así nuestra intuición permanece inactiva.
La intuición es difícil de explicar, difícil de rechazar para quien la posee y difícil de adquirir para quien no la tiene. Pero no imposible. Se puede desarrollar a través del tiempo, simplemente con la voluntad de hacerse las preguntas correctas. La intuición a veces nos dice el qué, a veces el cómo, a veces el cuándo, y a veces… no nos dice nada, y hay que sacudirla para que aparezca.

Toda novedad se parece a algo que ya conocemos. Detectar el parecido ayuda a desarrollar el pensamiento creativo a futuro. En esa parte, la experiencia (que no es más que lo que uno hace con lo que le sucede) es de gran ayuda. Detectar las tendencias antes que nadie depende de eso: intuición + experiencia.
Sin embargo, sin importar la experiencia práctica que tengamos ni que confiemos profundamente en nuestros instintos, el análisis es esencial. “Confíar, pero verificar”.

Veamos, finalmente, lo que ocurre en nuestro juego: ningún juego genera tantas innovaciones continuas como el rugby. Podríamos nombrar decenas de innovaciones: tácticas, técnicas, reglamentarias, posicionales, competitivas, disciplinarias. Ningún otro deporte las ha asimilado tan bien. Una de ellas, el empuje coordinado del scrum, hace muchos años, desarrollada en el ámbito de nuestro querido club, fue una innovación táctica que llevó al SIC al reconocimiento mundial.
El juego sigue ahí, desafiando nuestra capacidad de generar cosas nuevas. Posiciones no ortodoxas, nuevas formas de lanzamiento de ataques, nuevos patrones defensivos, nuevas modificaciones reglamentarias. Seguiremos haciendo “correctamente” lo que otros diseñan? O seremos creadores de ideas que trasciendan? Nunca se sabe, no…?

Fuente:San Isidro Club(SIC)
Autor: Miguel A. Hernandez

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